EL CAPITÁN ALATRISTE
No era el más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre
valiente.
Eran ya las siete de la tarde en alguna parte de Canadá. Un
hombre caminaba solitario en la nevada llanura. Iba vestido con un abrigo
exageradamente grande confeccionado con pieles de grizzli. Llevaba una bolsa de
caza de cuero y en su cintura, un práctico machete. Además, iba armado con un
fusil hecho en Düsseldorf. Su cara, marcada por cicatrices, delataba que no era
la primera vez que echaba al camino para buscar algo que no se sabía que
existía. Tenía una barba de una clara tonalidad castaña. Su pelo, iba recogido
en algo semejante a un moño como los samuráis japoneses. Sus ojos,
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Fotografía de David Clapp |
eran claros
como el hielo. Su nombre era Kristoff. Sus padres eran emigrantes que habían
huido de la Península de Escandinavia a las inexploradas tierras del Canadá.
Ellos, habían intentado que el joven Kristoff fuese a la Universidad pero el
chico tenía pocas cualidades para dedicarse al estudio. Era un gran amante de
la naturaleza, por eso su padre le intentó llevar al mundo de las ciencias.
Pero Kristoff quería ir más allá de un habitáculo lleno de manuscritos. Más
tarde, les comunicó a sus padres lo que le embelesaba esa ciencia de la Tierra
llamada geografía. Entró en una escuela para cartógrafos y pronto se vio que tenía pocas cualidades en el trabajo de los mapas. Su padre y su madre morirían
a causa de una enfermedad mortal en octubre de ese año, 1783. Entonces,
Kristoff decidió que se adentraría en la espesura del mundo salvaje.
Juan Diego, 2º ESO
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