Cuentos de terror

EL MONSTRUO DEL COLEGIO
Escuché un ruido y me escondí en el armario.
***
Tres horas antes.
Era sábado por la mañana, temprano. En el instituto, estaba castigado junto con mis cuatro amigos: Melisa, la guapa y lista; Tomás, el gordinflón; Cristopher, el friki de Star Wars; y por último, mi mejor amigo Diego, el más vacilón y simpático de todos… Y yo soy Gabriel, el guay, así es como me describen todos. Nos castigaron por salir del instituto para el concierto de nuestro grupo favorito: RPQ.
Ahora nos tocaba ciencias pero la profesora Natalia no se presentó y yo caí en que por el momento no había visto a ningún ser humano excepto nosotros. Al instante, Melissa, que estaba viendo por la ventana pegó un grito que me dejó atónito. Yo corrí hacía ella y le pregunté qué había pasado. Entonces ella me explicó que viendo la lluvia de repente un ser con la cara desfigurada apareció. Yo dije que habría sido un pájaro que se chocó con el cristal. Las persianas cayeron en picado, la puerta se cerró de un portazo y para colmo la electricidad. Nos quedamos a oscuras. Entonces Cristopher dijo que la semana pasada la señorita Natalia le confiscó cuatro linternas.
Diego abrió la puerta y comprobó que tampoco había luz. Dije que hiciéramos parejas para investigar. A mí me tocó ir solo al tiempo que aparecí en un pasillo en el que había luz. Estuve caminando en línea recta, pero de repente la luz se apagó por una milésima de segundo y apareció el tipo que describió Melisa. Me quedé paralizado y él dio el paso. Empezó a correr hacía mí. En ese momento toda mi hombría desapareció y salí gritando como una chica. Entré en una clase, me fijé y era de don Daniel. Me alegré mucho, ya que estaban sus cosas encima de la mesa y eso significaba que estaba aquí.
Pude oír como el monstruo se acercaba. Me metí en un armario, pero olía fatal, sin querer pegué una patada a algo y se me cayó encima un maniquí. Me fijé y no era ningún maniquí: era don Daniel. Estaba muerto.
De repente el monstruo abrió la puerta, pero antes de que me hiciera lo mismo, Melisa le pegó un hachazo. La abracé y salimos victoriosos los cinco.
Gabriel Quesada Lobo (1º ESO)

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