Cuentos sobre la Feria del Libro

EL NIÑO DE LA FERIA DEL LIBRO
Una mañana, como cualquier otra, me desperté, bajé las escaleras medio dormido y me encontré a mi padre con una sonrisa de oreja a oreja. Le pregunté qué pasaba, hasta que escuché, saliendo de su boca, que íbamos a la Feria del Libro. En ese mismo instante me fui corriendo hacia mi habitación, pero mi padre me tenía agarrado por la camiseta.
Ya estábamos allí. Empecé a buscar un libro para mi novia. De repente me encontré con un niño con una camiseta negra y con los ojos rojos como la sangre. En ese mismo instante mi padre me llamó para que nos fuésemos.
Por la noche mientras dormía, en mis sueños más profundos, vi al niño que me había encontrado entre las casetas del Retiro.
Al día siguiente bajé las escaleras y volví a encontrarme a mi padre frente a las escaleras y otra vez a la Feria del Libro. Ya me había adaptado a ir, pero si me volvía a encontrar a ese niño de ojos rojos saldría corriendo. Pero... ocurrieron dos cosas inimaginables. La primera fue que me encontré al niño y la segunda es que le hablé y de repente de un manotazo tiró un montón de libros ¡y las culpas me las llevé yo! Al día siguiente le pedí a mi padre que fuésemos a la Feria, pero mi padre estaba tan cabreado que me respondió: “si quieres tirar más cosas, tira la basura”. Yo, cabreado, me subí a mi habitación. Allí hay una ventana muy grande que da al jardín delantero y que conecta con un árbol muy grande. Al caer la noche me subí al árbol y bajé al patio, pero antes de tocar con el pie la tierra me choqué con un enjambre de abejas que mi padre tendría que haber quitado hacía mucho tiempo. Salieron un montón de abejas. Entonces me acordé de un truco de mi padre: morderme la lengua. ¡Pero eso no funciona!
Me desperté en el hospital. Tenía los ojos infladísimos y no podía ver nada. Mis padres seguro que estaban preocupados, pero me encontraba bien. Pasaron muchos días allí en el hospital y yo lo pasaba mal. Llegó el día en que yo ya veía algo. Y allí estaba el niño de ojos rojos como compañero de habitación. Se llamaba Óscar y era huérfano. Tenía una nota que decía que uno de sus padres le recogería en la feria del libro pero no llegó ninguno. Estaba en el hospital porque tenía una especie de tumor  cerebral. Se lo habían encontrado los médicos un día en que una mujer lo llevó al médico. El tumor era muy grande y los médicos creían que no se podía curar.
El día que operaron a Oscar llovía a cántaros. Cuando me llegó la información de que Oscar había muerto, no pude olvidarme de él nunca.
David González Orcajada (2º ESO)

No hay comentarios:

Publicar un comentario